lunes, 18 de abril de 2011

El Mercosur, una política de Estado




Por Eduardo Sigal

Presidente del Frente Grande

Ex Subsecretario de Integración Económica y Mercosur

(Publicado en Buenos Aires Económico)

En la Argentina no hay muchas políticas de Estado, y las pocas que existen no surgieron de un debate previo y de la búsqueda de consensos, sino desde el sentido común y de prácticas prolongadas en el tiempo. Las políticas de Estado nos identifican como Nación, más allá de las lealtades políticas, o del sector social al que cada uno pertenezca, o el lugar geográfico desde donde se resida, o de quien detente el poder político. A la política de integración regional, y más específicamente al Mercosur, podríamos ubicarlos en ese sitio de privilegio, y creo que hay que preservarlos allí por todo lo que han significado para nuestros países. Ya han transcurrido 20 años desde la firma del Tratado de Asunción, que le diera nacimiento formal al Mercosur, y más de 25 años del inicio de las conversaciones entre Alfonsín y Sarney, que permitieron gestarlo. Es cierto que 25 años de continuidad en la decisión política integracionista no es sinónimo de que todos pensemos igual en cómo debe ser el proceso, sus contenidos y prioridades, sino sólo que todos estamos de acuerdo en la necesidad de integrarnos. La experiencia histórica nos demuestra que aunque coincidamos en una política de Estado, no todos ponemos las mismas acentuaciones y prioridades. Mientras se negoció en los ’80, la prioridad circulaba por la paz y la democracia; en los ’90 el eje se desplazó hacia el mercado, y en lo que va de este siglo XXI se intenta encontrar un equilibrio de mercado, estado y ciudadanos como protagonistas de un proceso consciente de integración que sepa reconocer y trabajar por superar las asimetrías realmente existentes. Pero más allá del desplazamiento del eje ordenador, si vemos retrospectivamente encontramos que superar, a través de la integración, hipótesis de conflicto como las que habían fomentado las elites gobernantes de la Argentina y Brasil durante décadas, ya de por sí hubiera resultado valioso. Lograr imponer, como precondición para participar del proceso, que vivamos en países democráticos, cosa que no era común en la región, fue un enorme logro. De un extraordinario valor fue lograr también, en gran medida, que puedan circular libremente las personas y los bienes entre los países firmantes del acuerdo. También iniciar un proceso para que nuestras culturas se complementen y enriquezcan mutuamente. Todos estos avances le fueron dando mayor consistencia al proceso integracionista, y por eso hoy puede pensarse en defender juntos nuestras riquezas naturales y la biodiversidad de nuestra región; superar las asimetrías nacionales y subnacionales a través de proyectos financiados por los países más desarrollados; complementarnos y crecer en materia científico-tecnológica apoyados en esos recursos más el aporte de la mano de obra y la inteligencia humanas, y lograr que esos avances se apliquen a la producción para mejorar nuestra competitividad con productos de mayor valor agregado. Y si eso genera empleos cada vez de mayor calidad y bien remunerados, y si nos complementamos productivamente, como está sucediendo, el avance puede ser aún mayor. Además, si comerciamos sin pensar en suplantar la producción del socio y nos decidimos a ir juntos a ganar nuevos mercados por el mundo, y si nuestras organizaciones sociales interactúan para defendernos y defender la calidad de vida de nuestros habitantes, entonces la integración va ganando mayor volumen. PRESENCIA GLOBAL. Todos estos objetivos, la mayoría de los cuales se han logrado en gran medida a lo largo de las diferentes etapas del proceso integracionista, son vitales si lo que pretendemos es ir construyendo nuestro propio protagonismo en un mundo global cada vez más exigente y donde juntos quizá podamos incidir en una medida que no sería posible si lo hiciéramos por separado. Creo que no puede dejar de reconocerse que hemos avanzado. Y si lo hicimos es porque en primer lugar hubo comprensión y decisión política de nuestros gobiernos, comprometidos con las políticas integracionistas. Destacadísimo fue el rol de los presidentes Lula da Silva y Néstor Kirchner en el viraje que se dio a comienzos de siglo: sin esta sociedad estratégica entre Brasil y la Argentina que se desprende de sus liderazgos en la región, todo hubiera sido más difícil o casi imposible. Todos contribuyeron pero ellos lideraron este proceso político regional. Hoy, desde lo político, con las afinidades ideológicas de Cristina Fernández y Dilma Rousseff, Fernando Lugo y Pepe Mujica, y también por el ciclo económico favorable a los países productores de alimentos, hay condiciones inmejorables para seguir avanzando, más aún si se concreta la incorporación de Venezuela y por consiguiente el cierre de la ecuación energética para nuestra región. Por todo lo hecho y por la solidez que ha ganado la construcción de un Mercosur para todos, no me cabe duda de que hay sobrados motivos para conmemorar estos 20 años con gran optimismo y confianza en el futuro de la integración regional.