lunes, 28 de marzo de 2016

Quieren asfixiar al Mercosur




Más allá de los debates de su gestación entre los gobiernos del argentino Raúl Alfonsín y el brasileño José Sarney, que pensaron un proceso de integración abarcativo; cuando se firmó el tratado, en 1991, ya estábamos en pleno apogeo del Consenso de Washington y de sus ideas neoliberales. Por eso, más allá de expresiones generales sobre cultura, educación y medio ambiente, lo fundamental de ese acuerdo fundacional es crear las condiciones para el libre comercio y la libre circulación de bienes en la zona.
Llama poderosamente la atención que se conozca poco acerca de la  conmemoración de los 25 años de ese hecho, siendo que un aniversario siempre es una oportunidad interesante para trasladar a la ciudadanía las virtudes y dificultades de un proceso de integración. Entiendo la situación política de Brasil y de cada uno de los socios, pero creo que Argentina debería ser  proactiva en impulsar distintas actividades, salvo que a la política exterior del presidente Mauricio Macri  y la Canciller Susana Malcorra no le parezca este hecho tan importante como para distraerlo de acciones como el viaje al Foro de Davos o las bravuconadas hacia nuestros socios y amigos de la República Bolivariana de Venezuela.
Ningún proceso político es perfecto ni esta exento de transitar por caminos erróneos o de adoptar ideas hegemónicas de cada época; sin embargo, 25 años de continuidad en la construcción del Mercosur ya de por sí es valioso, más si ha tenido resultados que pueden mensurarse y sirvieron para el desarrollo y la inclusión en nuestros países.
Veamos algunas variables. En 1991 el comercio entre Brasil y Argentina era de aproximadamente de U$S 3.000 millones; en 1998 había pasado a U$S 15.000. Por lo tanto, podríamos decir que hubo un crecimiento espectacular del intercambio entre los dos países.  Cuando hurgamos un poco más, nos damos cuenta que básicamente eran granos y productos agrícolas, muy en consonancia con la primarización de la economía que se produjo durante el menemismo.
Se trata de políticas que pueden volver a reproducirse con el gobierno  de Macri. Seguramente recordamos la crisis que nos acompañó desde 1998 al 2001; empezó por Brasil y siguió por Argentina, arrastrando al resto de los socios del Mercosur. A partir de 2002, volvimos a retomar un camino de crecimiento en el intercambio comercial hasta llegar a casi U$S 40.000 de intercambio en 2011, pero esta vez básicamente de manufacturas de origen agropecuario e industrial.
Fue un cambio sustantivo, que implicó gran incorporación de valor agregado, conocimiento, desarrollo científico-técnico e inteligencia. En síntesis: políticas inclusivas y de desarrollo nacional y regional independiente. Tratamos de ir generando una cultura de la integración, de complementación, y de empezar a pensar en cómo la asociatividad nos mejoraba la competitividad para abordar también terceros mercados.
Por supuesto fue en medio de ruidos y protestas de sectores empresariales que no aceptaban pasivamente que nuestros gobiernos tuvieran políticas activas para ellos. Hubieran preferido las leyes del mercado, donde los grandes terminan comiéndose a los más chicos. Vale la pena tener en cuenta esta enseñanza, cuando la Federación de la Industria de San Pablo no sólo se ha puesto a la cabeza de los planteos destituyentes contra la presidenta de Brasil, sino que alienta la esperanza blanca del macrismo para destruir sectores productivos argentinos.
Sé que algunos estarán pensando que ese crecimiento de manufacturas se asentó principalmente en la industria automotriz, cosa que es cierta. No fue casual, tuvo un gobierno activo discutiendo con las casas matrices y creando condiciones para que la industria automotriz se modernizara y expandiera, logrando que nuestros productos llegaran a más de 80 países del mundo, aunque es cierto que eso trajo otros problemas que podremos analizar en otro artículo.
La integración no es solo ganancia y requiere de políticas activas, de decisiones políticas de máximo nivel. Sin la determinación de los presidentes Lula Da Silva y Néstor Kirchner esto no hubiera sido posible; depende mucho de los Cancilleres y de las prioridades que se establezcan, pero si los jefes de Estado no se ponen a la cabeza y conducen esos procesos, se seguirán profundizando los efectos en los dos países de la crisis mundial del capitalismo, que se inició en 2008 y que se expresa en el deterioro del comercio y de las relaciones entre los Estados miembros del Mercosur desde 2011 en adelante.
A 25 años de la creación del Mercosur, se platea un debate de fondo: dejamos que el mercado ordene las relaciones económicas internacionales, o tenemos un Estado presente para ordenar los desfasajes que el mercado produce. En definitiva, dejamos que se asfixie el Mercosur o construimos una política que permita consolidar el mercado ampliado, complemente nuestros procesos productivos, nos integre científica y productivamente, genere mayor vinculo y coordinación macro económica y cultural; y facilite y fomente una identidad cultural; o retrocederemos a épocas del sálvese quien pueda con un tendal de victimas enorme. Aunque suene grandilocuente, en gran medida depende de usted, Señor Presidente.
Eduardo Sigal
Ex subsecretario de integración económica de Cancillería y coordinador alterno de Mercosur de 2003 a 2011
Dirigente del Partido Frente Grande